Empecemos por el artículo, para los que estén
interesados:
Körner
C (2013) Growth controls photosynthesis - mostly. Nova Acta Leopoldina 391:273-283
Y ahora la historia, que dice así:
El carbono es importante: después del
agua, es el elemento más abundante en nuestro cuerpo. Lo mismo ocurre en
la vegetación. Y ya sabemos que el carbono también forma parte del dióxido de
carbono (CO2), ese archiconocido enemigo, provocador del efecto invernadero.
Al final del siglo XIIX, se descubrió que las plantas no "comían", es
decir, no tomaban el carbono del suelo como se pensaba, si no de la atmosfera: tenían
la capacidad de transformar CO2 en oxígeno a través de la fotosíntesis.
Este descubrimiento fue tan transcendental, que hoy en día es una de las
lecciones de biología más importantes en las escuelas. Porque de la fotosíntesis
depende el equilibrio de la atmósfera, y por lo tanto, nuestra respiración.
Y ahora que sabemos que el cambio global
existe y que las cantidades de CO2 en la atmosfera están aumentando
exponencialmente, las plantas se convierten en nuestras mejores aliadas. Al fin
y al cabo son máquinas perfectas que atrapan este CO2 y funcionan como almacenes de carbono. Y con esta idea en la cabeza han
proliferado experimentos para comprobar que, efectivamente, el aumento de CO2
puede ser un motor para producir más vegetación, y por lo tanto, almacenar más
carbono en la tierra. La tecnología ha permitido desarrollar instrumental para
medir de forma rápida la actividad fotosintética y comprobar que, a mayor cantidad de CO2
en la atmósfera, más "trabaja" la planta, mas fotosíntesis hace y su producción
de tejido vegetal aumenta exponencialmente. Al fin y al cabo, si la
"comida" esta ahí, ¿por qué no comerla?
Y así, una gran idea se ha incorporado en
la investigación del ciclo del carbono: la producción fotosintética controla el
crecimiento vegetal y por tanto, la acumulación de carbono en bosques y otros
sistemas naturales. Si hay más CO2, las plantas aumentarán su
actividad fotosintética y por tanto su masa vegetal. Pero en este razonamiento
nos olvidamos de algo: el carbono no lo es todo.
Cualquier organismo vivo necesita mantener
un perfecto equilibrio entre los elementos de su cuerpo. Por muy importante que
sea el carbono, si éste no se encuentra en proporciones adecuadas con otros
nutrientes, los tejidos no pueden formarse. Las plantas no son almacenes de
carbono, son células vivas. Así pues, si en un ecosistema natural hay mucho CO2
disponible, las plantas podrán hacer fotosíntesis, pero si en el suelo hay
falta de nutrientes o agua, no podrán crecer y formar nuevos tejidos.
Parece obvio ¿verdad? Es como si a
nosotros nos colocasen delante de un manjar sin fin, pero con agua limitada; en
algún momento dejaríamos de ser tan felices ante tal manjar, nos llenaríamos y empezaríamos
a competir entre nosotros por el poco agua que queda en la mesa.
Si queremos saber el crecimiento final
real de algo no medimos una única fuente de alimento, si no el conjunto de los
alimentos que se necesitan para crecer. Si uno de ellos escasea (por
minoritario que sea), la formación de nuevo tejido parará, aunque la planta continúe
tomando CO2.
Y si todo es tan obvio, ¿por qué aún no está
completamente integrado en la comunidad científica? Pues porque medir la
capacidad fotosintética de una planta se ha convertido en algo fácil gracias al
instrumental, pero tener en cuenta la limitación de nutrientes en el suelo, la
competencia por el agua y la formación de tejidos es algo mucho más tedioso y
no está tan automatizado.
El carbono y la tan popular huella del
carbono está en el punto de mira de todos: en ciencia, en política, en empresas.
Es importante sí, pero el carbono no viene solo. Nitrógeno y fósforo, por
ejemplo, empiezan a asomar sus cabecitas en las agendas de los científicos.
Pero son mucho menos conocidos que el carbono, y aún hay mucha ciencia que
desarrollar para llegar a entenderlos completamente.
Una vez más, hagamos uso de los avances tecnológicos,
pero no dejemos que estos sesguen la forma de analizar lo que ocurre a nuestro
alrededor. Continuemos mirando a lo desconocido y así podremos llegar a predecir
como nuestros ecosistemas responderán al cambio climático. Estudiemos el
carbono, sí, pero sin perder la perspectiva.