Hace tres años llegué a Bélgica. Llovía. Nosotros reíamos, éramos puro
entusiasmo, ¿qué nos traería esta nueva aventura? Han pasado tantas cosas en
tres años...
Estos tres años me han dado nuevos amigos, paciencia, un anillo de
compromiso. Me han enseñado que, después de todo, el inglés no es el idioma
universal, que hay que hacer esfuerzos por aprender la lengua local para
entender los matices de una cultura. Me han descubierto una forma de fracasar
que nunca había conocido antes, y con ella, una madurez y serenidad nuevas.
Estos tres años me han servido para iniciarme en la repostería (con unas
cuantas cookie-times de por medio....). Me han enseñado a estirar mis límites
continuamente, como si de una goma elástica se tratase... He aprendido palabras
en flamenco, y en argentino. He cocinado mejillones al estilo belga.
Estos tres años han traído muchos viajes en avión, me han descubierto
una nueva forma de viajar, un pelín más desagradable. Pero he aprendido a
asimilar esa continua sensación de estar en dos lugares a la vez, pero en
ninguno al mismo tiempo. Estos tres años me han dado un ahijado fantástico y,
con él, una nueva forma de querer; me han dado tres bodas de buenos amigos (y
alguna que otra que nos tuvimos que perder). He pasado mi primera noche en un
hospital.
Tres años dan para mucho. He redescubierto gustos, por el jazz y por
la sopa; he afianzado otros, bailar, bailar y bailar. He descubierto el placer
de hacer yoga. He aprendido cómo convertir una casa en un hogar. He conocido a
Rozalén. Me he enganchado a The National.
Durante estos tres años he tenido muchos ruidos de obras, mucho
insomnio y lluvia. He aprendido a valorar el sol. Me he acostumbrado a no
entender a la gente conversando en el tranvía o autobús. He convertido los
pantalones impermeables en una prenda imprescindible al salir de casa. Me he
comprado mi primera bicicleta de paseo. He corrido dos carreras populares. He
presentado mi primer poster, he dado mi primera charla en inglés. He entendido
que investigar no es lo que yo pensaba.
He vuelto a Paris y Ámsterdam una y otra vez, he conocido Tailandia,
Nepal, Argentina, Belgrado, Menorca, Viena, Aviñón, Orleans...
Me he enfrentado a muchos de mis mayores defectos y miedos y he tenido
que aceptarlos. He cometido errores, los he superado. He preparado fiestas para
20 personas, he disfrutado de muchas cenas íntimas.
He reído, he llorado, me he frustrado, mucho. He confirmado que ya
hace tiempo que elegí a mi compañero de viaje delante de más de 200 personas.
Me he montado en una bici vestida de novia. Estos tres años me han enseñado que
la felicidad la dan las personas, no el lugar. He corroborado que una vida cabe
en dos maletas y cuatro cajas. He descubierto el placer de mandar tarjetitas para
felicitar todo tipo de eventos a las personas queridas.
Estos tres años me han cambiado. He aprendido a valorar otras culturas,
y he aprendido a valorar la mía propia, con tópicos incluidos (¡sí, me gusta
bailar sevillanas!). Soy más flexible.
Estos tres años también me han quitado cosas, especialmente tiempo con
la familia. Me he perdido comuniones de personitas importantes para mí, cumpleaños
y reuniones.
Sin embargo, no me queda nada más que agradecer a Bélgica todo lo que
me ha dado en los tres años más intensos de mi vida. Redescubrirse a través
de una cultura diferente es fascinante. La repentina insatisfacción al entender
que ningún sitio es perfecto es un combustible ideal para VIVIR, vivir muy
intensamente aprovechando lo bueno de cada lugar.
Hace tres años llovía, nosotros éramos puro entusiasmo...¿qué nos deparará
la próxima aventura?