lunes, 18 de noviembre de 2013

9 días en Nepal

Cualquier viaje a Nepal comienza en Katmandú. Ya sea de paso hacia las montañas o porque el destino principal es la capital nepalí, todo viajero acaba visitando los templos de Durbar Square, comprando en el caótico barrio Thamel,o visitando el Templo de los Monos. Así que la primera impresión de Nepal es caos, polvo, suciedad y tráfico. Llegar a Katmandú y ser capaz de andar por sus calles sin agobiarse requiere de, al menos, una mañana de entrenamiento. Katmandú tiene templos, estupas de ojos pintados y pequeños Budas por doquier, alcanzando el máximo esplendor en la fantástica Durbar Square. Pero para alguien que va allí buscando la naturaleza que sólo en el Himalaya se puede encontrar, tanto polvo, basura en la calle, motocicletas y sus pitidos (en Nepal no hay normas, así que conducen pitando todo el tiempo: es su forma de hacer saber que se aproximan) pueden causar cierto rechazo.




Nosotros íbamos, al puro estilo europeo, buscando la montaña, la naturaleza. Pero en Nepal la dicotomía ciudad/montaña no existe como nosotros la conocemos (ciudad = avance, tecnologías, industrialización, oficinas...Montaña= lugar despoblado, retiro...). La mayoría de la población nepalí es rural y allí las cabañas rurales no son hoteles-spa, restaurantes de turismo rural o centros de visitantes, son viviendas de familias enteras que viven del campo (y de los senderistas, por supuesto). A medida que desde Pokhara vas subiendo en taxi en altitud, la ciudad se va diluyendo, poco a poco, sin mostrar un claro contraste. Las casas se van espaciando, las motos y sus pitidos se van notando cada vez menos, la carretera se hará cada vez más estrecha, pero para cuando se llega al inicio de la ruta de senderismo, las cabañas siguen repartiéndose por las laderas de la montaña, las personas siguen usando sus móviles y la forma de vestir es exactamente igual que en la ciudad. Todos quieren vivir como en la ciudad. Sólo cuando se comienza a subir por vías inaccesibles para los vehículos, y los burros y porteadores reemplazan a las motos y los coches, se empiezan a apreciar las diferencias que la escasez crea en las formas de vida. 

Cuando iba en el avión, camino de Nepal, mi mente estaba llena de imágenes del ostentoso pico del Anapurna, imágenes de valles derramando aguas de nieve y bosques de mil especies mezcladas, esos que ya hace tiempo nos cargamos por estos lugares del mundo. Sin embargo, nunca soñaba con las cabañitas de madera esparcidas por las laderas, ni con los burros y las vacas echándonos del sendero, ni con la película nepalí que me vería en un refugio de montaña. Y fue esta cultura inesperada la que más me llenó. Puede que las nubes y lluvia que empeñaron las vistas de las imponentes cumbres tengan la culpa de que mi atención se desviara hacia lo más mundano: las personas que, a diferencia de en Europa, siguen habitando las montañas, cultivando sus verduras, matando a sus pollos y tejiendo su ropa. 




Adentrarse en el Himalaya merece mucho la pena, pero no sólo porque el paisaje deja sin aliento, si no porque entras en contacto con una forma de vida que nosotros perdimos. Las personas siguen viviendo de, para y con la naturaleza. Los habitantes de los pueblos aun escuchan y respetan al campo y sus ciclos, porque dependen de ellos. No intentan cambiarlos para su comodidad, se adaptan en los peores momentos y se aprovechan de los buenos. Y sí, claro, quieren tener las mismas oportunidades que los ciudadanos de Katmandú, por eso algunos tienen televisión y a muchos sitios llega Internet. Lo que no ven es que, desde mi punto de vista, su calidad de vida es inmensamente mayor que la de los pobres habitantes de la capital, que llevan mascarilla cuando salen a hacer la compra. 

Viajar siempre aporta algo, abre un poco más la mente, y, en mi caso, me ha servido para volver a un debate nada novedoso, pero duradero: el desarrollo de los países en desarrollo. Yo he apreciado la forma de vida de los nepalíes en la montaña, pero ellos cada vez más quieren huir a la ciudad, ser "modernos" y tener todo lo que ven a los actores de las películas americanas. Y tienen derecho a quererlo, pero en Katmandú he sido testigo de que la globalización no les ha hecho ningún bien. Nosotros ya hemos comprobado que nuestro modelo de crecimiento es perjudicial a largo plazo. Pero ellos quieren probarlo y están en su derecho. Sólo que me daría tanta pena que también allí dejase de escucharse a la naturaleza...