domingo, 23 de junio de 2013

La cura de Belgrado

Belgrado es una ciudad vestida por su gente. Como un mujer que intenta ocultar sus pequeños desperfectos con ropa alegre, favorecedora y que destaca lo mejor de su cuerpo. Los desperfectos (edificios grises, en ruinas o simplemente bombardeados) quedan en un segundo plano, en una ciudad en la que sus habitantes están muy vivos, son activos y tienen muchas ganas de comerse el mundo.


Pero pese a los signos que su historia reciente ha dejado en ella, Belgrado es una ciudad con potencial. Avenidas amplias, edificios grandes en buen estado y, lo más valorado desde mi punto de vista: muchos y variados espacios verdes. En definitiva, cuando paseas por ella cuesta visualizar lo que ocurría en sus calles hace menos de tres lustros. Esas historias que el taxista que me llevó al aeropuerto me contaba...

...Él  tenía 8 años en el 99, cuando le contaban que estaban en guerra. En seguida, él se preparó para ver soldados, tanques y demás personas y armamentos que cualquier niño asocia a la palabra "guerra". Pero no, esa guerra resultó ser menos obvia. Desde sus recuerdos, la guerra consistía en escuchar un avión volar muy muy bajo, y entonces estar preparado a que algún edificio fuese bombardeado. Una vez, una bomba cayó muy cerca de su casa, y aun se puede observar el hueco creado en la calle. No le daba tanto miedo como ver a soldados disparando, pero cada vez que escuchaban un avión tenían que confiar en que no cayese cerca de su vivienda...

Esos niños son ahora los jóvenes que levantan el país. Los jóvenes que compran sin parar y visten como parisinos o londinenses, siguiendo las más novedosas modas. Los jóvenes que aún en una noche de tormenta de martes, siguen en la calle charlando a las 12 de la noche (y es que ya me avisó la recepcionista de mi hotel de que allí cada noche era noche de fin de semana). Esos jóvenes que, en definitiva, viven y disfrutan su ciudad.

Sí, también hay problemas económicos en Belgrado, pero la sensación que da al pasear por el centro es de prosperidad. Terrazas llenas, ejecutivos con móviles, novísimas tiendas de ropa (Mango y Zara entre ellas, por supuesto) con impecables escaparates. Eso sí, si levantas la vista más allá de la tienda, el edificio presenta desconchones reclamando una restauración urgente.

En definitiva, Belgrado es una sopresa. Y un claro ejemplo de cómo la historia de cada ciudad la modela su gente. Belgrado podría estar llorando sus agujeros y escasez, pero la actividad en sus calles camufla cualquier resto de pesimismo.

Pasear por Belgrado sienta bien. Y más si llegas al río y presencias una preciosa noche de tormenta como ésta.