domingo, 4 de diciembre de 2011

Una historia que me quedaba por contar

Hace un año envié una solicitud para un proyecto de doctorado que me apasionaba. Y hace un mes me concedieron la beca que me permitiría empezar dicho doctorado. Y la rechacé.

Dicho así, sin contar nada de lo ocurrido durante los once meses de espera, parece una locura y un contrasentido, pero aquí va la explicación...

Tras enviar la solicitud, me armé de paciencia y con toda la ilusión del mundo esperé un mes a realizar la entrevista, me seleccionaron y esperé otro mes y medio a que se abriera el plazo de solicitud de la afamada beca FPU, la cual pedí. Después, me dispuse a esperar pacientemente, mientras vivía en casa de mis padres, a que el ministerio hiciera pública la resolución de aquellos afortunadísimos mejores estudiantes de España a los que se les concedería la beca. Mientras tanto, me convocaron a otra entrevista por una solicitud de entre la ráfaga de aplicaciones que envié durante mi búsqueda de trabajo. Para entonces ni mi paciencia ni mi ilusión habían menguado aún, pero el aburrimiento crecía y decidí hacer la entrevista, aunque fuese para un doctorado en Bélgica. Tenía que buscar ocupación para el tiempo que durase la espera (lo cual supongo lógico, ya que se supone que los candidatos a la FPU somos gente inquieta y con intereses...) y un doctorado es un trabajo como otro cualquiera al que se puede renunciar si finalmente te conceden el trabajo de tus sueños. Desafortunadamente, o afortunadamente, aún no lo tengo muy claro, no me cogieron para el proyecto incial, pero me ofrecieron iniciar otro doctorado en Amberes, Bélgica. Granada seguía siendo mi sueño, trabajar en Sierra Nevada aún más, pero tras ya tres meses de espera, no veía el final y decidí no desaprovechar esa oportunidad, aunque fuera temporalmente.

Así fue como, en el tiempo de espera durante el cual, no lo olvidemos, debía sentirme muy afortunada por haber sido, primero seleccionada y después candidata a una de la mejores becas españolas predoctorales, me dio tiempo a cambiar de país, buscar piso, firmar un buen contrato, empezar a trabajar, ir a conferencias y workshops, y hasta a tener vacaciones.

Entonces, el mes pasado, me concedieron la beca FPU. Tenía que ponerme contenta, me tocada no dejar pasar la oportunidad de hacer un doctorado en el campo que más me gusta y en una ciudad cerca de mi tierra, con una beca española por tres años. Pero un año es mucho tiempo. E hice lo que no debía hacer. Porque, según los estándares del Ministerio de Educación español, lo que debía haber hecho es esperar dócilmente, en casa de mis padres, sin ganar dinero ni trabajar, a que ellos decidieran si me daban la beca y cuando me la concedieran, ponerme muy feliz y correr a rellenar los papeles y retomar con ilusión la vida profesional que dejé de lado hace once meses por esperar incondicionalmente.

Cuando tuve que tomar la decisión me sentí traicionera, sentí que renunciaba a mis principios, intenté buscar la ilusión con la que verdaderamente hice aquella entrevista hace un año para investigar en el tema de mis sueños. Por desgracia para mí, y estoy segura que para muchísimos candidatos más, el hecho de estar sin trabajar un año no entra dentro de mis planes. Claro que podía haber renunciado al proyecto que ya estaba empezado en Bélgica por aceptar lo de España, pero lo siento, ya no podía evitar ser muy feliz aquí.

Y ésta es mi historia personal del inicio de mi carrera investigadora. Ésta es la historia de cómo dejé de lado mi idealismo y me dejé llevar a dónde me ofrecieron un contrato de investigación desde el mismo momento en que me seleccionaron. Ésta es la historia, en definitiva, de cómo los mecanismos administrativos españoles nos fuerzan a buscar más allá de nuestras fronteras. En España se me ha podido considerar impaciente, porque no supe esperar a la resolución de una beca que casi seguro me concedían, pero aquí en Bélgica se me considera una persona con inquietudes y responsable por haber querido seguir formándome. Tal vez esa diferencia de conceptos hable por sí sola. Estoy segura de que esta historia que os presento no es nada original, con más o menos variantes, se habrá repetido varias veces.

Por último, a pesar del tono de resentimiento que se trasluce en esta entrada, creo que lo que me ha empujado a querer escribir sobre ésto no es la necesidad de denuncia o una tremenda indignación, es más bien la tristeza que siento, la pena por no haber acabado investigando en mi país, por no encontrarme volcando mis energías y ganas en mi tierra. Creo que es la sensación de que yo no estoy en el extranjero porque quiera, si no porque es donde me quieren a mí.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Has hecho lo que tenías que hacer. No sientas ni resentimiento por ello, que es una pérdida de tiempo, ni a ti misma como traicionera, que supondrá una pérdida de autoestima.

Un abratso. Cepe.

Ecoherencia dijo...

ole, Marta...enhorabuena por ser feliz en Bélgica, me encantaría que, al menos esporádicamente, pudieras ser colaboradora de Ecoherencia, pero me alegro muchísimo de que estés feliz allí...
¿Sabes?Yo decidí hacer el doctorado , me matriculé, tenía dos profesores muy interesados en ser mis directores pero no un tutor de la universidad donde estaba matriculada...he sentido que mis intereses no tienen lugar en la Universidad y que tengo mucho que aprender incluso a la puerta de mi casa, así que acabo el año celebrando haber aprendido más que nunca en 2011...Es tan importante saber elegir...

Un fuerte abrazo, preciosa

María